Se trata de un bonito retrato de un niño pequeño sobre una silla de madera, que mira al espectador. Las flores del primer término lo rodean, ocultando la mayor parte de sus brazos. No podemos saber si es niño o niña, pues va vestido con un ropón blanco, propio de la vestimenta infantil de antaño. Sin embargo, la ausencia de algunos adornos, como pendientes o accesorios en la cabeza, hacen pensar que pueda tratarse más bien de un niño. La obra muestra una apariencia inacabada, debido al juego de simulación de enfoque visual, un recurso muy utilizado por su artífice, el pintor valenciano Ignacio Pinazo, a lo largo de gran parte de su producción artística, que algunos autores han denominado “la estética de lo inacabado”. El artista usa esta técnica para crear la perspectiva que observamos en el retrato, dejando el primer plano mucho más indefinido que el objeto central de la obra: el rostro del retratado.